Que no nos condenen
a repetir siempre
coreadas al unísono
las mismas evidencias.
Que no nos desconozcan
tras las razones de una fábula
que tiene por moraleja
nuestra propia servidumbre.
Esto no es un desvarío,
más bien es una invitación.
Vamos a poner en jaque
los entretejidos que nos configuran,
a desplazar con manos de barro
la mirada de los tuertos.
Afilar los sentidos con audacia,
reparar su nitidez anaranjada
y ligar sus vértices con la sed de todas.
Arrancar nuestra historia del olvido,
escupir sobre quienes nos desechan
y reponer las huellas que fueron borradas.
¡Che, Calibán!
Es la hora del arañazo.
Enhorabuena.